EL GORRIONCETE Cada mañana en la aldea, desde que recuerdo, mi abuelo se iba a hablar a solas con el gorrioncete. Entornaba la puerta de su habitación, que nunca ha cerrado bien, y nos dejaba en el pasillo, impacientes, observando por la rendija cómo abría la ventana y hablaba con el gorrioncete. Después, cerraba la ventana y trasteaba con las puertas del armario, que tampoco ajustaban, y salía de la habitación con el paquetito de caramelos y chocolatinas que había traído ese día el gorrioncete, especialmente para nosotras. El gorrioncete siempre fue muy pequeño, por eso nunca pudimos verlo. Ahora que mi abuelo se ha ido y que yo he venido a vivir a un país tropical al fin he podido conocer al gorrioncete. Viene cada mañana a picar a mi ventana y es muy simpático. Negro, con una cresta en la cabeza y tonalidades azules irisadas en la cola. Se parece más al pájaro loco que a un gorrión y se levanta, como yo, una horita después de amanecer, cuando los rayos de sol, suaves aún, comienzan