AÑO NUEVO, GATE GATE PARAGATE.


Como siempre, la India te lleva más allá.

Este año el cambio de año ha sido despierto y vibrante. He llegado del Kagyu Monlam, a casa, la noche del 31 de Diciembre, cansada y con ganas de meterme en la cama y dormir. A medida que me voy acercando empiezo a oir el retumbar del hindi-disco-hip-hop-pop a toda pastilla, al lado de mi pensión. 

-Oh, no, no, no, no puede ser. No puede ser. Necesito dormir. Quizás será bueno preguntar a qué hora piensan acabar, echar un vistazo a ver si es posible que la fiesta esté a punto de finalizar, mañana me levanto a las cinco, aunque sea a las doce y media, estaría bien.- Y mis piernas me van acercando a la música con la esperanza de que en un momento esta se suavice y decidan irse a dormir. Y, de pronto, me paro a mitad de camino y me encuentro de frente a estas casitas de adobe, con un frío que pela a las 11 de la noche y con las cocinitas fuera, en medio de la calle.


El corazón se paraliza y empiezas a comparar, tu cama, tu comida, tu cansancio y tu frío con su cama, su comida, su cansancio y su frío. Así que calladita y de puntillas me doy la vuelta y me meto en la habitación con ventana y cristales, y en la cama calentita con mantas y un colchón blandito, e intento dormir.

El volumen y la vibración son imposibles de comprender a menos que hayáis estado en la India. Yo creo que ningún país del mundo alcanza, ni de lejos, estos niveles.

Y dieron las doce, la una, las dos y las tres...

A las cinco y media que me levanté, sin haber pegado ojo, ahora tenía nuevos argumentos. Quizás acercarme y enterarme cuantos días iba a durar aquello. Aquí estamos en la época de las bodas, y hay fiestas que duran días y días. 
-Igual tengo que cambiarme de pensión, una vez más, e irme al otro lado del pueblo. Y me iba acercando a la música. Esta vez crucé las casas de adobe, entré en el pueblito y me encontré con el único gran altavoz de medio metro. Lo que me abofeteó el corazón fue ver a todos bailando como locos sin parar. Llevaban así toda la noche. Unos sin pantalones, otros sin camisa, casi todos sin zapatos y con gorros. Y ninguno más alto que el altavoz. Creo que el mayor de la fiesta no llegaba a los cuatro años.


En cuanto me vieron, se pusieron contentos y algunos vinieron, en pleno baile a mostrarme sus habilidades. Este año, sólo tengo ojos, el corazón está demasiado   atribulado.

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