Inspiraciones de los grandes maestros
Me contó Walker que cuando él y Ari estaban de peregrinaje por el Tibet, haciendo la kora en Tsurpu -el monasterio de SS Karmapa - a un lado, bien al fondo, está el sitio en dónde dejan los cuerpos para que se los coman los buitres. Un "cementerio al aire", vamos. Y allí estaba un viejillo tibetano practicando Chö. En cuanto los vio aparecer les preguntó de dónde venían y quienes eran.
-Somos americanos y discípulos de Khenpo Tsultrim Gyamtso Rinpoche. Inmediatamente el hombre comenzó a postrarse ante ellos.
-Cuando uno encuentra a un discípulo es como si se encontrase con el maestro -dijo.
Cuando le pregunté a una de ellas cómo había encontrado a su maestro, sencillamente me dijo:
-Le conté mi historia y me creyó. ¿Te imaginas?, me creyó.
Y desde entonces se quedó con él y le pidió una y otra vez que le dejara tomar los hábitos. Hasta que lo consiguió. Tenía 19 años.
Y, hablando interminablemente de hábitos, una y otra vez, parecía que ya teníamos agotado el tema con otra de mis queridas monjitas. Y porqué sí y porqué no. Casi un año llevábamos intercambiando razones sin llegar a ninguna conclusión. Y ya el último día, a medio camino entre Chandigar y Delhi -llevábamos nueve horas de autobús, nos quedaban otras nueve- un indiocurioso incontinente, fresco y recién subido comenzó a preguntarle por sus ropas, por el budismo, porqué se había hecho monja.
-Porque quería ser como él - dijo-, refiriéndose a su maestro. Y entonces sentí que había tocado fondo, que había hablado el corazón. Que ya no había más discusión ni razonamientos posibles.
Y, al fin, entendí qué hacía allí aquella mujer, con más de diez años de hábitos y no más de treinta en sus espaldas, camino de Hong Kong, a punto de tomar la ordenación superior, los hábitos de Biskuni.
Comentarios