Caminito al Sur 1 - Algunos personajes de paso.

He dejado el monasterio Vietnamita de Bodhgaya en el momento en el que el nuevo monje encargado me contaba sus historias: 

Es un monje mongol, que ha vivido muchos años en China y que en cuanto ha visitado Lhasa, en los mismos pies del Palacio de Potala, los grandes lamas le han hecho todos los honores y lo han reconocido como un amigo de otras vidas. No ha vuelto a Tibet, piensa que, a estas alturas, sus viejos amigos estarán todos muertos. El sigue usando los hábitos therevada y pronto volverá a Vietnam.

Hemos intercambiado buenos deseos y unas cuantas risas pensando en dónde nos volveremos a ver.

A las 6 de la mañana no es fácil encontrar un rickshaw a las espaldas del gran Buda de Bodhgaya, pero, como si me hubiera olido, ahí estaba: dispuesto a ayudar con las maletas -cuatro- que llevo. Chenrezig de cuatro brazos -para cuatro maletas- desplegando su actividad.

El autobús tenía que salir a las siete, pero a las siete y cuarto no parecía haber prisa -ni gente en el autobús-, así que me dió tiempo a acomodarme, cambiarme cuatro veces de chaqueta-manta y sonreir un poco al monjecito que compartia mi asiento.

Treinta años -aunque se diría que diez menos- ojos negros y profundos y un perfecto inglés con un acento ininteligible-birmano. Sus padres le pagan los estudios en la universidad de Bodhgaya. Dos años para graduarse en budismo -todo en inglés. Básicamente Tripitaka y especialmente Abidharma. A esto de las siete y media le ofrezco galletas, dice que no con las manos. A las ocho me espeta: -biscuits! (galletas). Me apresuro, dada la intensidad de la comanda, a sacar las galletas de la bolsa de debajo del asiento. Y se come todo el paquete de un tirón. Espía mis textos tibetanos mientras aparenta interesarse en el apartado de deportes del Times of India -yo también espío. Cuando ya no resiste más y la curiosidad le puede, me arranca de las manos la plegaria de aspiración de Mahamudra y las 37 prácticas del Bodhisattva. Las ojea en inglés y parece quedarse un poco conforme con las 37 prácticas.
-Tienes que estudiar los sutras y el vinaya. Son muy importantes -me aconseja.
-Sí, -acuerdo con él- muy importantes. Sin la base te pierdes y la conducta ética empieza a patinar.

Parada para mear, parada para comer. El vacío autobús se ha ido llenando hasta entrar en la ciudad. Sobre las once ya no cabe ni un alma en pena y en la puerta de delante dos hombres discuten a gritos, como si se jugaran cuestiones de honor.
-Es por el precio del autobús -me dice Kothari, el monjecito birmano. Increíble India. Gritos a dos rupias la media hora.

Kothari se despide de mí después de haberme ayudado a organizar el rickshaw que me lleva a la estación de tren de Patna, y cuando nos volvemos a cruzar, quince minutos más tarde, en el medio de la ciudad, me dice adiós con la mano y la sonrisa enorme, de rickshaw a rickshaw, como si el Karma lo hubiera cogido por sorpresa.

Hiperpoblada estación de tren, la mafia de los coolies -portadores de maletas- se me acerca. Ejercicios de sangre fría. 
-Su tren lleva siete horas de retraso, no sale hasta las nueve. -Me dicen.
Es la una de la tarde y hace un calor espeso y húmedo. Lo único que sé de Patna es que tiene un restaurante bueno y barato en el primer piso de la estación de tren. Algún vago recuerdo de leer en la guía, hace ocho años, que había algún monumento relacionado con Buda. Y las opiniones de TODO el mundo de que en Patna no hay NADA que ver, que es una de las ciudades más pobres, sucias y caóticas de la India.

Hago mi plan: redirijo al hombre del rickshaw, empeñado en llevarme a un hotel, mientras negocio el precio de los coolies para que me lleven las maletas a la consigna. En la India mi nivel de stress cambia rápidamente y la presión aumenta veloz cuando vas con maletas y todo el mundo en 30 metros a la redonda quiere o bien llevarte las maletas o bien llevarte en el rickshaw, taxi o autobús de turno, a cualquier sitio -eso es lo menos importante. Su modo es ordenarte: -Ven aquí. Y una vez que te tienen cerca se ponen en marcha. Es tu trabajo, a medio camino ya, negociar el precio y el destino.

Siempre me ha hecho gracia -y he comprobado personalmente- que te puedes subir a cualquier rickshaw y decirle "¡A la torre Eiffel!".
Te sonríen y te dicen "Yes, madam." Y se ponen en marcha. Cuando te cansas, te bajas y ellos te reclaman dinero. Como dice Dzongsar Khyentse Rimpoche: "En la India hay de todo menos sentido común"

En la "isla de las maletas" se me acerca un tibetano, Sonam, de unos cincuenta y pico, acompañado de una mujer, joven, nepalí, de casta baja (se nota en la piel, la mirada, los gestos del cuerpo) con un inglés desenfadado y cómodo preguntándome a dónde voy, de dónde soy y cuando sale mi tren. Inmediatamente queda decidido que somos una piña, que tenemos que descubrir Patna, y que, ya que nuestros trenes salen a la noche, no hay nada más que hacer que pasarlo lo mejor posible.

Este es el plan:
Primero lavabo, segundo restaurante, tercero museo de arte -que su maestro le ha recomendado ver- y por último estupa cerca de la estación.

Mientras el plan se va trazando me entero de que Sonam habla un italiano estupendo, ya que vive en Milán desde hace unos cuantos, muchos, años. Tibetano, Chino, Nepalí, Hindi, Italiano e Inglés, hasta dónde he llegado a saber. Pinta thangkas y trabaja la madera, tiene una escuela de thangkas en Nepal, un hijo en Zurich y una hija en el sur de la India.

Dawa, la chica Nepalí, no habla nada; está embarazada de unos cinco o seis meses y se la lleva Sonam al sur, para que tenga el hijo, ayude a su hija y encuentre un nuevo marido que le ayude con la criatura y le de mejor vida que el hombre que la dejó embarazada. Sonam está mortalmente aburrido de Dawa. Ha estado con ella dos semanas en Bodhgaya, ha hecho peregrinaje y 108 Koras grandes a la estupa mientras Dawa dormía en la habitación. 

Me ha explicado detalles curiosos de las esculturas y pinturas del museo. Los brazaletes de las deidades suben el brazo a medida que pasan los siglos, cosas de las modas. Los primeros Budas están en pie, luego se sientan.

Hemos conseguido ojear, fuera de horario, las reliquias del Buda de la estupa más moderna del país: metal, cristal, piedra y cemento. Delicadas capas de agua y salas de meditación con arquitectura americana.

Sonam se ha operado los ojos en Coimbatore. El hospital especializado en ojos más avanzado de todo el mundo. Y de los más baratos. Tomad nota. Vendrá a hacerse revisión, así que se despide de mi con la promesa de una visita. Dawa se despide con una sonrisa.

Y hasta aquí las notas antes de entrar en el tren, un pequeño bosquejo de este viaje, que no sé muy bien a dónde me lleva. 


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